8.1. Cristianismo y la dignidad de la persona

El cristianismo supone un drástico cambio en la forma de ver al ser humano, ya que todos somos hijos de un mismo Padre, por ello todos somos hermanos.
El cristianismo se opone a la esclavitud, al papel secundario de la mujer defendiendo a las viudas, denuncia el aborto y el infanticidio.
A lo largo de la Edad Media y por influjo de los Padres de la Iglesia, se va elaborando el concepto de persona y el de dignidad humana, según el cual el ser humano es digno por si mismo y su dignidad proviene de ser Hijo de Dios.
En algunos textos se justifica el hecho de que en la Edad Media no se planteen el “problema poblacional” por el hecho de que esta era diezmada naturalmente por las guerras, el hambre y las enfermedades. Este argumento no se sostiene por el simple hecho de que el número y la crueldad de esas guerras no era grande, y que las plagas se dieron en momentos especiales, y no fue una tónica general durante la Edad Media.
Atribuir a la Iglesia Católica “la postergación y humillación sistemática de la mujer”. Esta falsedad es todavía más grande, pues una de las causas de la difusión del primitivo cristianismo fue el papel importante que la mujer tuvo en él, muy por encima de la que tenía en el imperio romano. Y fue precisamente en la Edad Media cristiana donde la mujer alcanzó una dignidad y un poder como nunca había tenido.

"La civilización grecorromana reposaba consecuentemente sobre la idea de la selección y ésta reposaba a su vez sobre el principio de que tanto los hombres como los pueblos eran desiguales en cuanto a su ser moral. El cristianismo rompió las bases mismas de la estructura aristocrática de la civilización antigua, con la doctrina, según la cual todos los hombres son iguales al ser hijos de un mismo Dios". Ferrero

CONDENA DEL ABORTO Y EL INFANTICIDIO

Todos los Padres de la Iglesia y los primeros apologistas y maestros cristianos hablaron a favor de la vida y gracias a su influencia el aborto y el infanticidio fueron gradualmente desapareciendo de Europa.
Dado que la Biblia apenas habla específicamente del aborto, aunque obviamente hay indicios muy claros de que las Escrituras consideran que el feto es una vida humana (p.e Jueces 16,17; Salmo 22,10-11; Lucas 1, 15 y 41-44; Galatas 1,15), es importante que estudiemos lo que creían los primeros cristianos acerca de este tema. Su testimonio es unánime y no deja lugar a dudas en la condena del aborto.
“No me he cortado nunca el cabello, porque estoy consagrado a Dios desde el vientre de mi madre…” Jueces 16,17
“Confío en el Señor, pues que él lo libre; que lo salve, si de verdad lo quiere” Tú me sacaste del vientre de mi madre, me pusiste seguro en su regazo; desde antes de nacer a ti me confiaron desde el vientre de mi madre eres mi Dios”. Salmo 22, 10-11
“Porque tú formaste mis entrañas, tú me tejiste en el vientre de mi madre. Confieso que soy una obra prodigiosa, pues todas tus obras son maravillosas; de ello estoy bien convencido. Mis huesos no se te ocultaban cuando yo era formado en el secreto tejido en lo profundo de la tierra; tú me veías cuando era tan sólo un embrión, todos mis días estaban escritos en tu libro, mis días estaban escritos y contados antes de que ninguno de ellos existiera”. Salmo 139, 13-16
“… porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licores y estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre”. Lucas 1, 15

“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Y cómo es que la madre de mi Señor viene a mí? Tan pronto como tu saludo sonó en mis oídos, el niño saltó de alegría en mi seno.” Lucas 1, 41-44

La Didajé, que pudo haber sido escrita incluso en el siglo I, es quizás el primer testimonio patrístico en el que se introduce dicha condena:
"He aquí el segundo precepto de la Doctrina: No matarás; no cometerás adulterio; no prostituirás a los niños, ni los inducirás al vicio; no robarás; no te entregarás a la magia, ni a la brujería; no harás abortar a la criatura engendrada en la orgía, y después de nacida no la harás morir."(Didajé II)

En la Epístola de Bernabé, escrita en la tercera década del siglo II, se llama hijo al feto que está en el vientre de la madre, se prohíbe expresamente el aborto y se le equipara al asesinato:

"No vacilarás sobre si será o no será. No tomes en vano el nombre de Dios. Amarás a tu prójimo más que a tu propia vida. No matarás a tu hijo en el seno de la madre ni, una vez nacido, le quitarás la vida. No levantes tu mano de tu hijo o de tu hija, sino que, desde su juventud, les enseñarás el temor del Señor." (Ep Bernabé XIX,5) y "Perseguidores de los buenos, aborrecedores de la verdad, amadores de la mentira, desconocedores de la recompensa de la justicia, que no se adhieren al bien ni al juicio justo, que no atienden a la viuda y al huérfano, que valen no para el temor de Dios, si no para el mal, de quienes está lejos y remota la mansedumbre y la paciencia, que aman la vanidad, que persiguen la recompensa, que no se compadecen del menesteroso, que no sufren con el atribulado, prontos a la maledicencia, desconocedores de Aquel que los creó, matadores de sus hijos por el aborto, destructores de la obra de Dios, que echan de sí al necesitado, que sobreatribulan al atribulado, abogados de los ricos, jueces inicuos de los pobres, pecadores en todo." (Ep Bernabé XX, 2)

El primer apologista latino Minucio Félix, llama parricidio al aborto en su obra Octavius de finales del siglo II:
"Hay algunas mujeres que, bebiendo preparados médicos, extinguen los cimientos del hombre futuro en sus propias entrañas, y de esa forma cometen parricidio antes de parirlo." (Octavius XXXIII)

El apologeta cristiano Atenágoras es igualmente tajante en su consideración sobre el aborto cuando escribió al Emperador Marco Aurelio:
"Decimos a las mujeres que utilizan medicamentos para provocar un aborto que están cometiendo un asesinato, y que tendrán que dar cuentas a Dios por el aborto... contemplamos al feto que está en el vientre como un ser creado, y por lo tanto como un objeto al cuidado de Dios... y no abandonamos a los niños, porque los que los exponen son culpables de asesinar niños" (Atenágoras, En defensa de los cristianos, XXXV)

Los testimonios se multiplican por doquier. Así leemos en la Epístola a Diogneto que los cristianos:
"Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se desembarazan de su descendencia (fetos)" (Ep a Diogneto V,6)

Tertuliano condena el aborto como homicidio y reconoce la identidad humana del no nacido:
"Es un homicidio anticipado impedir el nacimiento; poco importa que se suprima el alma ya nacida o que se la haga desaparecer en el nacimiento. Es ya un hombre aquél que lo será." (Apologeticum IX,8)

Ya en el siglo IV San Basilio va incluso más allá al llamar asesinos no sólo a la mujer que aborta sino a quienes proporcionan lo necesario para abortar, lo cual sería perfectamente aplicable a quienes fabrican o prescriben la píldora abortiva:
"Las mujeres que proporcionan medicinas para causar el aborto así como las que toman las pociones para destruir a los niños no nacidos, son asesinas" (San Basilio, ep188 VIII)

San Jerónimo trata la situación de la mujer que muere mientras procura abortar a su criatura:
"Algunas, al darse cuenta de que han quedado embarazadas por su pecado, toman medicinas para procurar el aborto, y cuando (como ocurre a menudo) mueren a la vez que su retoño, entran en el bajo mundo cargadas no sólo con la culpa de adulterio contra Cristo sino también con la del suicidio y del asesinato de niños. " (San Jerónimo, Carta a Eustoquio)

Debemos ser sinceros y reconocer que vivimos en un mundo donde gran parte de lo más abominable del paganismo antiguo, el aborto y la profusión de todo tipo de amoralidad sexual, no sólo ha resurgido con fuerza sino que ha conseguido "legitimarse" socialmente echando sus raíces incluso en las legislaciones de nuestros países. La Iglesia, hoy igual que ayer, alza su voz contra esta infamia. Podría decirse que Juan Pablo II, paladín de la cultura de la vida y por tanto enemigo declarado de la cultura de la muerte que impera en nuestra sociedad, ha llevado la condena del aborto casi hasta el nivel de dogma de fe en la Encíclica Evangelium Vitae: "Por tanto, con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos -que en varias ocasiones han condenado el aborto y que en la consulta citada anteriormente, aunque dispersos por el mundo, han concordado unánimemente sobre esta doctrina-, declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal."

EL MATRIMONIO CRISTIANO

Tertuliano escribe en el siglo II, como la fe transforma el matrimonio de los cristianos.

“¿Dónde encontraré la fuerza para describir satisfactoriamente la dicha del matrimonio que la iglesia ofrece, que la ofrenda confirma, que la bendición sella? Los ángeles lo proclaman, el Padre celestial lo ratifica…
¡Qué pareja la de dos cristianos, unidos por una sola esperanza, un solo deseo, una sola disciplina, un mismo servicio! Los dos son hijos de un mismo padre y servidores de un mismo maestro; nada les separa ni en el espíritu ni en la carne; al contrario, son realmente dos en uan sola carne. Donde la carne es una, uno es también el espíritu. Juntos reazan, juntos se postran, juntos observan el ayuno; se instruyen mutuamente, se animan mutuamente, es exhortan mutuamente. Los dos son iguales en la iglesia de Dios, iguales en el banquete de Dios, iguales en las pruebas, en la spersecuciones, en los consuelos…”

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